miércoles, 14 de diciembre de 2011

El hombre medusa

Orestes estaba enredado entre las algas, con la cara escondida entre el verde oscuro. Lo encontraron al atardecer dos pescadores que volvían de faenar. Dicen que al sacudirle les miró con los ojos entornados, con sus ojos azules doloridos, y no dijo una palabra, ni siquiera para responder las preguntas que los dos hombres le hacían ¡tal vez un extranjero más que no entiende ni papa de español! Lo llevaron casi arrastras hasta la casa de la Señora Martin. Así seguía, sin decir una palabra ni emitir un solo gruñido, algún movimiento de cabeza. Será tonto, decían. Ya habían pasado meses desde que lo encontraron y a alguien se le ocurrió que debería pasarme alguna tarde a leerle algo, que tal vez recordara algún capítulo de su vida o le devolviera la voz, como si fuera un Dios de la palabra y resucitará al Lázaro mudo. No muy convencida de esto empecé a visitarle una hora todos los viernes.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Los varados

Vivir en una isla llena de luciérnagas no implica que sea difícil perderse, de hecho esta isla está plagada de personas varadas. Muchos son marineros que perdieron el norte y terminaron en nuestra orilla, desorientados y famélicos. La señora Martin los recoge con mimo, los da algo de comer- un poco de sopa calentita para quitarles el frío del océano y algo de carne que da energía- y les busca una cama libre en el pueblo. Todos los que pasan más de una noche se quedan para siempre, presos de ese algo especial que tienen las callejuelas y las noches punteadas de luces. Olvidan su vida pasada sin pena y empiezan a construir una nueva sobre los adoquines y bajo los tejados de pizarra que cubren la villa.
          Orestes llegó en plena tormenta y apareció acurrucado sobre las algas, era tan blanco que lo confundieron con una medusa...